Surge de mi una necesidad de apelar a nuestra herencia psíquica perdida y rescatar un nivel mítico de conciencia, liberar imágenes desde lo más profundo de nuestra conciencia colectiva ancestral. Una de ellas es la imagen de la Diosa.

El culto a las diosas se observa desde la era paleolítica y se mantuvo con mucha fuerza por miles de decenios en las sociedades agrícolas primitivas -las figurillas femeninas excavadas como punto clave de mi interpretación-. Estas culturas prehistóricas y matrifocales que predominaron en muchos puntos geográficos alrededor del mundo, fueron sociedades pacíficas, respetuosas de la tierra, honraban la sabiduría materna. Existieron en armonía entre sí y con la naturaleza por la mayor parte de la existencia humana, ellas fueron las creadoras de las bases de la cultura humana.

Una posterior etapa patriarcal, nómada y guerrera, se impuso a través de las oleadas migratorias indoarias que comenzaron a llegar a Europa a partir del 4500 a.C. vino a marcar el modelo que se siguió reproduciendo por los últimos 5000 años en Europa y posteriormente América con la colonización.

Las orbes son símbolos que invocan el retorno de las Diosas de nuestra prehistoria, contienen el milagro de creación, nacimiento y el poder de transformar la realidad y la muerte en vida a través de la regeneración misteriosa y cíclica de la naturaleza. La unidad de todas las cosas de la naturaleza, personificada por la Diosa, la energía primordial, el poder que gobierna el universo, la Madre divina que da vida y proporciona alimento material y espiritual, y que en la muerte nos lleva de vuelta al útero cósmico.

Recurro al ritual de hacer y exhibir las Diosas en eclosión, buscando consuelo, liberación y manifestación. Recuperar el control y dirigir la energía para el cambio. Un ritual es algo que hacemos además de un espacio que habitamos; en el ritual conectamos con nosotras mismas, nuestras verdades personales y las verdades mayores.

Uso esta narrativa recurriendo a una feminidad y a un impulso somático ancestral que hace referencia al Anasyrma (el acto ritual ancestral de exhibir los genitales femeninos) al mostrar las Diosas eclosionando en el útero cósmico, como escudo, afirmación, una invocación al renacimiento, un acto para afirmar que otro mundo posible y así reclamarlo.

A need arises from me to reach our lost psychic heritage and rescue a mythical level of consciousness, releasing images from the depths of our ancestral collective consciousness. The image of the Goddess.

The worship of the goddesses has been observed since the Paleolithic era and was maintained with great strength for thousands of decades in most primitive agricultural societies. These prehistoric and matrifocal cultures that predominated in many geographical points around the world, were peaceful societies, respectful of the earth, who honored motherly wisdom. They existed in harmony with each other and with nature for most of human existence, they were the creators of the foundations of human culture.

A later patriarchal, nomadic and warrior stage, was imposed through the Indo-Aryan migratory waves that began to arrive in Europe from 4500 BCE, came to impose the model that continued to be reproduced for the last 5000 years in Europe and later America with colonization.

The orbs I paint are symbols that call upon the return of the Goddesses of our prehistory, they contain the miracle of creation, birth and the power to transform reality and death into life through the mysterious and cyclical regeneration of nature. The unity of all things in nature, personified by the Goddess, the primordial energy, the power that governs the universe, the divine Mother who gives life and provides material and spiritual nourishment, and who in death takes us back to the cosmic womb.

I resort to the ritual of making and displaying the emerging Goddesses, seeking consolation, liberation and manifestation. Regain control and direct the energy for change. A ritual is something we do in addition to a space that we inhabit; in the ritual we connect with ourselves, our personal truths and the greater truths.

I use this narrative by resorting to a femininity and an ancestral somatic impulse that refers to the Anasyrma (the ancestral ritual act of displaying the female genitalia) by showing the Goddesses hatching in the cosmic womb, as a shield, an affirmation, an invocation to the rebirth, an act to affirm that another world is possible and thus claim it